Desde el inicio de la campaña municipal cuyo eslogan reza "para rediseñar la ciudad", veo, con honda preocupación, cómo se desvirtúa el sentido del término diseño, en tanto actividad humana específica, dado que soy diseñadora gráfica (UBA), con la gran fortuna de haber tenido docentes de reconocimiento internacional, por el nivel alcanzado en su disciplina.
Si vamos a los libros (que, sabemos, no muerden), los maestros de nuestra disciplina nos enseñan que diseño es "toda acción creadora que cumple su finalidad" (Robert G. Scott). También es "planificar, organizar, diagramar, seleccionar los mejores elementos con miras a satisfacer un objetivo previamente determinado" (Jorge Frascara), con lo cual "el diseño no es diseño si no sirve para lograr lo que se propone" (Norberto Chaves). O, como me dijo una alumna, "diseñar es dar".
Nuestros maestros nos advierten, además, que, cuando un diseño está bien realizado, percibimos en él un gesto de honestidad; es decir, dignidad expresada en actos y palabras.
Siguiendo con los libros, el término amor, según el diccionario de la lengua castellana, significa "dedicación, entrega; afecto por el cual busca el ánimo el bien verdadero o imaginario y apetece gozarlo".
Por otro lado, podemos complementarlo con la definición de honestidad: "decencia, compostura en las acciones y palabras de una persona".
Cuando hay necesidad de rediseñar, es porque existen fallas estructurales, orgánicas; porque el diseño ya no puede cumplir la función que le dio origen.
Ciertamente, nuestra ciudad tiene gravísimos problemas, pero eso no significa que la solución sea modificar su estructura en términos absolutos.
¿Se puede hablar de rediseño, cuando las obras destruyen lo mejor de nuestro patrimonio para emplazar en un único solar montones de unidades habitacionales sin ninguna planificación en cuanto a los suministros de agua (notorio por su escasez y falta de estructura; es decir, planificación o, lo que es lo mismo, diseño), desagües, electricidad o la luz solar que le corresponde (por ley nacional y provincial) a las casas vecinas, sobre las que caen los escombros (mortales) de una construcción realizada en forma precaria, frente a la falta de atención de tantas necesidades de la que nuestra ciudad carece?
¿Puede hablarse de rediseño en una ciudad donde el cementerio tiene un precario acceso de tierra y es común ver a las personas mayores caerse de bruces, porque ni siquiera tiene veredas transitables? ¿Lo que "no se ve" no importa?
La mejor solución es cuidar lo que ya tenemos y diseñar nuevas partes que se integren a la ciudad armónicamente, en los sitios donde es realmente necesario, como en los barrios donde no hay agua ni luz ni pavimento ni siquiera riego para evitar la tierra en suspensión, o donde el "rediseño" municipal ha dejado a muchos bahienses sin transporte colectivo urbano.
Me preocupa seriamente que quienes se arrogan el derecho de disponer de nuestros bienes patrimoniales y espacios urbanos sean los mismos que, por dar un ejemplo, construyeron el nuevo tramo peatonal de calle Drago, desde avenida Colón hasta O'Higgins, generando un espacio falto de toda comodidad y belleza, frío, disarmónico (basta con sentarse un momento en los -a esta altura, además de inadecuados, mugrientos- bancos sin respaldo). O quienes removieron, sin necesidad alguna, los bancos de piedra originales de la plaza Rivadavia, reemplazándolos por otros de materiales costosos, como la madera y el acero, y emplazándolos de manera que las piernas de quienes se sientan quedan sobre la senda de circulación, y que ni siquiera guardan relación estética o funcional con el estilo y el trazado, gastando absurda y graciosamente nuestro dinero, necesario para resolver problemas mucho más urgentes y sí, en tal caso, estructurales. ¿Serán capaces estas personas de elaborar un mejor diseño que el realizado por quienes tuvieron a su cargo la traza original y el desarrollo de los bellos edificios que configuran el centro de nuestra ciudad, en tanto espacio originario?
Si acaso fueran los mismos que diagramaron la última campaña gráfica oficialista local, utilizando la imagen institucional del municipio para promover uno de los tantos partidos políticos, además de diseñadores mediocres, son faltos de ética profesional, puesto que la ciudad debe incluirnos a todos, no sólo a los partidarios de la actual gestión.
Peor aún: posiblemente, son, en parte, quienes pretenden demoler el galpón de cargas de la terminal de ómnibus. Los mismos que, cuando la ciudadanía les reclama espacios para la cultura y la educación, responden que no hay lugares. Si no los hubiera, su obligación es crearlos.
Mal diseño y falta de amor van de la mano con la pérdida de nuestra identidad cultural y el desprecio por el pasado, por nuestros ancestros, por lo que hemos logrado hasta ahora.
Tal vez, cuando el actual intendente residió en Alemania (una de Guttemberg, Gropius y la Escuela de Bauhaus, entre tantos otros referentes de nuestra disciplina, a quienes no demuestra siquiera conocer, empleando el término rediseño meramente como eslogan), sus estudios no le dejaron tiempo para contemplar el entorno; seguramente, no pudo advertir que países como Alemania son grandes, entre otras cosas, por haber sabido mantener su patrimonio a través de la historia; inclusive, recuperando edificios que fueron demolidos en la Segunda Guerra.
Quizá eso lo llevó a exclamar sobre este tema "tanto lío por un montón de ladrillos viejos". Sabemos que en nuestro país no se cuida ni se valora a "lo viejo" como se debería. Lo cual es sinónimo, prácticamente, de descarte. La indigna vida a la que son arrojados nuestros jubilados es muestra cabal de ello.
Desmerecer esa construcción es pisotear a nuestros abuelos y bisabuelos. Es querer borrar con prepotencia valiosos años de historia. Es dar un sonoro y violento cachetazo a los cientos de miles de jóvenes necesitados de espacios que los cobije, a todos los integrantes de una sociedad desesperada, violentada, famélica de educación, de ayuda, de respeto, y básicamente, de amor.
Demoler es caro. Destinar ese dinero a acondicionar ese galpón y otros espacios, absolutamente necesarios, y no a destruirlos, sería un acto de buen diseño, de inteligencia, de honestidad.
Ojalá no sea mucho pedir un gesto de amor. Ojalá aún estemos a tiempo de ser escuchados. Los ciudadanos tenemos derecho a ser consultados y a decidir sobre el destino de nuestro dinero, en tanto contribuyentes, y el de nuestra ciudad, en tanto espacio que nos pertenece a todos. Esa es la verdadera democracia. Reclamo ese derecho por haber nacido en esta tierra que amo.
Ruego a Dios que ilumine los sentimientos y las mentes de mis colegas profesionales del diseño. Y a las autoridades, que reconsideren estas cuestiones, ya que, como vemos, el buen diseño va unido al amor y a la dignidad.
Autora: Daniela Pacchetti - diseñadora gráfica (UBA); vive en Bahía Blanca-